Alba, una querida amiga de Puerto Rico me hace notar la columna que la periodista y escritora Mayra Montero ha publicado recientemente en el diario “El Nuevo Día” de esa isla, para atender las repercusiones del fenómeno desatado por Facebook.
Dado que llevo muchos años trabajando y creyendo en lo que hacemos en Internet, me encantan las voces frescas y críticas acerca de los productos que ya damos por establecidos, porque nos permiten repensar y darle una vuelta a aquello que damos por sentado.
En mi caso, a diferencia de de lo que ella cuenta, creé mi perfil y comencé a aceptar “amigos” a través de dicha red social, simplemente porque es lo que estamos haciendo; casi sin cuestionarlo. No obstante, con el paso de los días me he ido sintiendo incómodo en ese ambiente. Primero, fue por tener la obligación de estar revisando permanentemente el sitio para saber quién había hecho o enviado algo sobre lo que debía actuar. Luego, la desazón aumentó cuando me dí cuenta que había “amigos” que iniciaban conversaciones por esa plataforma asumiendo que eran privadas pero que luego estaban a disposición de todo el mundo.
Mayra en tanto, eligió alejarse de Facebook alegando que el ambiente online puede llegar a reemplazar al mundo real:
Me pregunto esto: la gente que se conecta a la página durante dos o tres horas diarias, hurgando en los comentarios y las tonterías que cuelgan los demás, desesperados por leer los mensajes que les mandan, o mandando mensajes a diestra y siniestra, ¿en qué tiempo leen, o ven una buena película o se enteran de lo que pasa en el mundo? Porque en ese portal, en realidad nadie se entera de nada de lo que valga la pena enterarse.
Los invito a leer su columna, porque reflexiones como ésta son las que nos hacen falta, especialmente a quienes hacemos de la pantalla algo más que una herramienta de trabajo. Y en esos, claro, me incluyo.
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