Hay un poema de Ernesto Cardenal que me encanta. Dice en sus versos finales: “Si tú estás en Nueva York, en Nueva York no hay nadie más; y si no estás en Nueva York, en Nueva York no hay nadie”. Se titula con su primer verso (“Tú eres sola entre las multitudes”) y se encuentre en Internet.
Pero, ¿a qué viene esta declaración lírica en medio de tanta tecnología? Pues a lo que me ocurrió el 6 de enero pasado, cuando encendí mi PC y me di cuenta que en ese momento, no había nadie en mi lista de amigos del Messenger, la aplicación de Microsoft de mensajería instantánea.
De acuerdo a la información proporcionada por la compañía, ese día y durante 6 horas, los 75 millones de personas que usan el servicio se quedaron sin poder intercambiar mensajes. Yo tuve la suerte extraña de encender mi PC justo en el minuto en que se había restablecido. Por lo que cuando ingresé a media tarde, el servicio estaba arriba, pero no había nadie en el mundo disponible para conversar. Nadie.
Es decir, nadie de mi lista de casi 50 personas que tengo registrados en el programa, estaba “en línea”. Ni los de Santiago, ni los de Coyhaique en el sur de Chile, ni los de Puerto Rico, ni los de Connecticut, en Estados Unidos, ni los de España. Y claro, para mí no había nadie en el mundo. Como en el poema de Cardenal.
De allí que me hiciera varias preguntas seguidas, lo cual es bastante habitual en mí, pero que en ese momento de soledad virtual, hacía que las interrogantes sonaran más fuertes.
Por ejemplo, mi uso de la mensajería instantánea ha reemplazado con creces al teléfono. De hecho, con la mayoría de mis amigos no hablo por esa vía, y sí lo hago muy seguido por el computador. Con mis amigos en todo el mundo, claro está. Con lo cual, la compañía de teléfonos ya debe estar comenzado a sacar cuentas de cuántas llamadas habrá perdido a través de este único usuario, y deberá estar multiplicándolas por la cantidad de clientes que usan de la misma manera sus computadores.
Lo que ocurre es que al menos en mi caso, la mensajería instantánea ofrece varias habilidades que superan la del teléfono. Por ejemplo, transmitir información digital, revisar lo que se ha dicho en los minutos previos y hasta guardar el texto de una conversación para posterior revisión. Porque en este caso en particular, las palabras no se las lleva el viento. Quedan grabadas, para bien o mal.
Pero también, ofrece desventajas… las comunicaciones son más largas, porque dependen del ritmo de escritura en el teclado. También suele haber incomprensiones variadas, ya que las palabras fluyen neutras, sin las connotaciones de humor, enojo o comprensión de una charla cara a cara o a través del teléfono.
Pero, en fin, se trata de sistemas que ya están instalados en el uso de la gente, que de acuerdo a las estadísticas tienen decenas de millones de usuarios y que funcionan.
Salvo en esos días extraños, como el 6 de enero pasado, cuando estuve solo en el mundo.
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