Se lo doy firmado

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Puerto Rico, Perú, Colombia y ahora, Chile, han dado un paso que aparece como el de más importancia en la adopción de la vía electrónica para desarrollar actividades y negocios a través de las computadoras.

Se trata de la aprobación para el uso de la “firma electrónica”, un sistema que iguala, en términos legales, la firma manuscrita sobre papel con la que se pone en una comunicación digital. Es decir, si un documento o una transacción aparece firmado por alguien, nadie puede poner en duda la autoría de ese compromiso.

Para llegar a este punto el camino ha sido arduo. En la mayor parte de las legislaciones existentes se recoge que los únicos documentos válidos son aquellos escritos en papel y que llevan la identificación de quienes los han generado, habitualmente con la firma hecha “a mano” sobre el documento.

Las nuevas normativas, en cambio, validan que todo sea electrónico y generan una serie de resguardos para el sistema, a fin de que nadie pueda poner en duda su veracidad o incluso, su confidencialidad.

En cada país en que dicha firma electrónica se ha puesto en vigencia, se ha hecho referencia de inmediato, a cómo los negocios electrónicos van a crecer a raíz de este cambio.

No obstante, en la práctica, esto no ha sido automático. Por ejemplo, cuando a mediados de 2000 se promulgó la ley en Colombia, se habló de que existían cerca de 500 mil usuarios de Internet con capacidad de acceso a los servicios de comercio electrónico, por lo que las estimaciones del mercado local indicaban que para fines de ese año, dicho sector podría llegar a facturar alrededor de 3 millones de dólares. En Chile, ha ocurrido otro tanto al indicarse que se prevé que para el 2004 el monto de los dineros transados por este medio llegará a los 6 mil millones de dólares, esperándose una amplia incorporación de la pequeña empresa al mundo digital.

Y probablemente aquí esté el centro del asunto, puesto que con la promulgación de este tipo de legislaciones y reglamentos se establece el “piso” sobre el cual se asienta la actividad comercial sobre una plataforma electrónica. Y, por lo mismo, sólo en la medida que las empresas de todos los tamaños se suban al carro, se comprobará su utilidad. Pero hasta que eso no ocurra, sólo algunos podrán sacar provecho de su utilidad.

De acuerdo a la Cámara de Comercio de Santiago, para el año 2005 se espera que se transen 11 mil millones de dólares por esta vía, lo que habla de la necesidad de que las empresas se tomen en serio estas nuevas capacidades y las empleen. Porque de lo contrario, perderán clientes. Y se hará verdad esa famosa frase dicha por Andy Grove, fundador de Intel, a fines del siglo pasado: “En cinco años las empresas serán de Internet… o no serán”.

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