En las últimas semanas he tenido “trabajo” en torno a Facebook.
Primero, por un usuario cercano que me pidió ayuda para cerrar su cuenta: descubrí que sí se puede. No cerrar, pero sí desactivar, con lo cual su perfil queda fuera de servicio y basta con hacer un nuevo login para comenzar todo de nuevo.
El efecto práctico es que se acaban todas las relaciones que había hecho el usuario y sus datos quedan inaccesibles para quienes habían entablado amistad con él.
Segundo, esta red social requiere tiempo y así lo atestiguan algunos nativos digitales con los que he conversado. ¿Cuándo tiempo? Al menos más de una hora diaria. Sin el ánimo de hacer un estudio, le pregunté a varios de estos usuarios y la razón central para estar todo ese tiempo, es que allí están todos sus amigos. En una ciudad como Santiago, donde desplazarse ya viene siendo todo un proyecto, la red es el lugar donde están los amigos, y Facebook viene siendo como el escritorio del sistema operativo social, desde el cual se gestiona lo que está pasando.
Tercero, hay gente del mismo grupo etáreo que aún así no quiere estar. Su principal motivo, cuidar su privacidad. Sin embargo, se dan cuenta que pese a su reticencia, igualmente están en la red porque son protagonistas de las fotos de sus amigos.
Por último, hay que decir que las redes y en particular FB crece sin límites y que sus usuarios ya no se preguntan para qué sirve, porque la respuesta es obvia: ahí están todos. Incluso, recibo casi tantos mails por esa vía que por el correo electrónico tradicional. Un claro indicador de lo que está pasando.
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