Faltaba contarlo aquí y por eso lo estoy haciendo.
Los alumnos a los que he hecho clases de arquitectura de información y usabilidad durante el último año, me han visto hacer un mea culpa: trabajo mucho en contenidos digitales, pero hasta hace unos días, no tenía un celular digno de tal desempeño.
La novedad es que tras mucho pensarlo, compré un celular con sistema operativo Android y me sumé a la gente que tiene la mala costumbre de revisar su pantalla, mientras simula conversar con quienes lo rodean. Lo que criticaba, me está ocurriendo.
El cambio ha dejado otros aspectos negativos, que eran los que me habían llevado a posponer la compra: la batería del antiguo duraba una semana, mientras que la del nuevo, sólo un día; la calidad del audio y de la recepción de llamadas del antiguo era excelente, y la del actual, sólo regular… y así otras cosas más, como una cuenta más cara.
Entonces, qué justificó el cambio? En una línea, la experiencia de uso.
El mundo en el que estamos viviendo es móvil, ocurre mientras pasan las horas y requiere respuestas del mismo nivel, es decir, mientras estás en el camino. Dado eso, la conexión a la red debe ocurrir donde estés y no sólo en el computador del escritorio que espera en la oficina. Lo cual lleva a un tema adicional, que es el hecho de que gracias a su presencia y al uso que se da a este acceso, la información que se consigue por esta vía está comenzando a formar parte de la conversación de las personas. Ya no sólo se intercambian datos, sino que celular mediante, se hacen afirmaciones más concretas, se apoyan decisiones y se entrega información más completa, justo en el momento y -más importante aún-, en el lugar en que se necesita.
¿Llevará esto a mejores negocios? ¿Más oportunidades de conexión entre temas que antes parecían ajenos? ¿Más rapidez y exactitud en la toma de decisiones?
Aunque suelo ser optimista respecto de la adopción de tecnologías y no siempre la realidad me da la razón, quiero creer que sí.
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